Todos los años por estas fechas hay
una imagen que ocupa los medios de comunicación y que me causa verdadero
estupor: la avalancha de personas que se forma en los centros comerciales
cuando comienzan las rebajas.
Sí, hace
unos años yo también era adicta a la moda: el día 7 de enero, que era cuando
solían empezar, madrugaba para ir a primera hora al centro de la ciudad y en
mi vehículo privado.
Pero,
como con todo, he cambiado y ahora veo el error que cometía. No era consciente
de lo muchísimo que contamina la industria textil ni de la ingente cantidad de
energía que derrocha y, ahora que he abierto los ojos, quiero reflexionar con
vosotros sobre lo que verdaderamente supone el negocio de la moda.
La textil: la segunda industria
más contaminante del planeta
El estudio
realizado por Carbon Trust en 2011 sitúa a la industria textil como la segunda
más contaminante del planeta, por detrás de la petrolífera: actualmente
genera el 10% de las emisiones de CO2 (unas 1700 toneladas) y el 20% de
las aguas residuales. ¿Por qué?
·
Pues en primer lugar porque, durante el proceso de tejido del
producto, se generan ácidos, vapores y aceites emanados por los productos de
oxidación que se emplean.
·
Además, la maquinaria que se usa, habitualmente requiere
combustibles fósiles para su funcionamiento, lo cual además del gasto
energético, genera una gran cantidad de gases de efecto invernadero.
·
Al ser una industria básicamente deslocalizada, son muchos los
kilómetros que separan los puntos de producción, distribución y venta, por lo
que el transporte de las mercancías es imprescindible (¡más derroche de energía
!!!), afectando claramente a la sostenibilidad del transporte.
·
Una vez que tenemos el producto en casa, llega su
mantenimiento: lavado, secado y planchado que también suponen un
gasto innecesario de energía con el uso intensivo de los electrodomésticos…
A ello hay que
sumarle los productos químicos que se emplean en cada proceso y que
frecuentemente no se reciclan adecuadamente. Recientemente he leído
que esos tóxicos pueden ser «disruptores endocrinos» y afectar
al sistema hormonal y reproductor, e incluso ser cancerígenos. ¿A que no lo
sabíais? Es para echarse a temblar.
Calidad vs. caducidad
Hace unos años,
en las tiendas de ropa encontrábamos únicamente dos temporadas: la de
primavera-verano y la de otoño-invierno. Pero de un tiempo a esta parte, las
cosas han cambiado: ya no hay dos colecciones al año, sino pequeñas colecciones
o avances de temporada un par de veces por semana. Es lo que se conoce
como «Fast
Fashion» o «Moda rápida».
Este
planteamiento dinamitó por completo el concepto de “temporada”: lo que buscan
es que nos dejemos caer a menuda por alguna de las tiendas (luz y climatización
a tope) y piquemos comprando algo.
¿O acaso no has ido al centro comercial de tu ciudad, a pasar la
tarde, y has visto una camiseta muy bonita que te has llevado a casa porque
«¡oh, qué barata!»? Pues esos pequeños gestos han tenido consecuencias devastadoras
que nos han plantado en la insostenible situación en que nos encontramos ahora.
Y diréis para
vuestros adentros: «Pero bueno, Luzía, qué exageración. ¡Comprar
una camiseta no nos va a llevar al fin del mundo!», y ya os
digo de mano que no, que no pasa nada por comprar una camiseta porque el
problema está en dónde la compramos principalmente, cada cuánto y qué es lo que
se esconde detrás de fabricar cada una de esas prendas. Por eso es siempre muy
importante investigar sobre las marcas.
La moda rápida en datos
¿Qué se
necesita para producir cada prenda? Pues, por ejemplo, para fabricar unos
vaqueros se necesitan unos 4000 litros de agua, y, para
confeccionar prendas de algodón, en torno a 10.000
Eso, sin olvidar el poliéster, uno de los materiales más
utilizados en la confección de prendas, derivado del petróleo, y que
inevitablemente acaba en la cadena trófica.
De toda esa indumentaria que se crea, buena parte no se vende.
La ropa no es como una cáscara de plátano o naranja que se pueda compostar y
recuperar; con las prendas no vendidas, los fabricantes optan por la
destrucción mediante la incineración, un proceso muy contaminante que libera
toxinas en el aire. Cada año, miles de toneladas de ropa sin
usar terminan incineradas.
Ropa de usar y tirar
De todas esas
prendas que se crean, algunas se venden, claro. Pero se convierten en ropa de
usar y tirar. ¿Por qué? Pues porque se estima que el uso medio de una prenda es
de diez veces cuando lo ideal sería darle al menos 30 usos.
¿O acaso no hemos tirado alguna vez alguna prenda no porque
estaba rota o en malas condiciones, sino porque no nos gustaba, nos habíamos
cansado de ella o había pasado de moda? No nos damos cuenta, pero este nivel de
deshecho y consumo tiene un gran impacto en el planeta.
Debemos aprender a valorar lo que
tenemos y aprender a comprar mejor, no más.
Para intentar
poner freno a esto, durante la cumbre del G7 en París, en agosto de 2019, 56
empresas del sector textil, firmaron el «Fashion Pact» o
«Pacto de la moda», comprometiéndose a ser más respetuosos con el medio
ambiente. Genial, ¿verdad?
Para el 2025, la intención es emplear algodón, lino y poliéster
orgánico, sostenible o reciclado, usar menos bolsas de plástico y
promover el uso de las energías renovables de aquí a 2030.
Por ejemplo, algunas en tendencia
en redes sociales son:
·
El Köpskam, un fenómeno sueco que significa
«vergüenza a comprar ropa nueva», y que consiste en señalar en Internet a famosos
e influencers que
alardean de sus nuevas adquisiciones, como los famosos hauls que
mencioné al comienzo de este post.
·
La campaña #30wears invita a los consumidores a ponerse un
mínimo de 30 veces esa ropa que se compra y termina en el fondo del armario.
·
No buy year es otro fenómeno que
consiste en no comprar nada de ropa durante todo un año, con las consecuencias
que ello conlleva.
·
Otros proyectos se basan en la economía colaborativa, como la
creación de las aplicaciones en Internet cuya función es poner en venta un
producto y ponerse en contacto con el comprador. Las iniciativas de fashion
sharing, que consiste en alquilar mes a mes una serie de prendas a
cambio de una cuota mensual. Donar ropa a ONGs son otras formas de hacer que la
ropa cobre una segunda vida.
Y todos estas
iniciativas y proyectos están muy bien y contribuyen a reducir la fiebre del
consumo, pero no es del todo suficiente, aunque sí es un gran paso. La idea es
que las marcas sean sostenibles.
Por eso quiero
cerrar el post de hoy hablándoos de Forests 4 Fashion, una
iniciativa desarrollada por PEFC, y que demuestra que los bosques pueden
ser la solución para que la industria de la moda deje de contribuir a la
contaminación mundial.
Si habéis
llegado hasta aquí, enhorabuena, sois unos valientes. A veces no es fácil ver
la realidad que se esconde tras algo tan habitual como es la ropa y sus
consecuencias medioambientales y energéticas como me recuerdan mis amigos
del IDAE. Espero que os haya ayudado a reflexionar.
Fuente: La Energia de Luzia
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